La elocuencia

Julio 2013

La fuerza de la expresión Disponiendo pequeñas operaciones, Claudia Casarino dice poco, y en esa economía pretende alcanzar la fuerza que, de alguna u otra manera, nos invada. En sus obras hay cierta escala de invasión. Se encuentra, casi siempre en la obra de Claudia, la factura perfecta, la apariencia notable. A partir de un enigma que nos propone, algo nos interpela desde ese ocupar un espacio. Pero, ¿qué? Esa invasión de objetos, esa escala gigante, ese cuidado en la manualidad que supone instalar imagen en un espacio acotado, están, desde su escala más o menos grande, más o menos pequeña, disputando una reflexión. Están señalando algo. ¿Nos sumergimos? ¿Pasamos de largo? ¿Deponemos la mirada? ¿Nos dejamos atravesar? ¿Ponemos el cuerpo?

Fotografías e instalaciones de Claudia Casarino

Curaduría de Lia Colombino

LA ELOCUENCIA

por Lia Colombino

 

La fuerza de la expresión

Disponiendo pequeñas operaciones, Claudia Casarino dice poco, y en esa economía pretende alcanzar la fuerza que, de alguna u otra manera, nos invada. En sus obras hay cierta escala de invasión. Se encuentra, casi siempre en la obra de Claudia, la factura perfecta, la apariencia notable. A partir de un enigma que nos propone, algo nos interpela desde ese ocupar un espacio. Pero, ¿qué? Esa invasión de objetos, esa escala gigante, ese cuidado en la manualidad que supone instalar imagen en un espacio acotado, están, desde su escala más o menos grande, más o menos pequeña, disputando una reflexión. Están señalando algo. ¿Nos sumergimos? ¿Pasamos de largo? ¿Deponemos la mirada? ¿Nos dejamos atravesar? ¿Ponemos el cuerpo?  

Poner el cuerpo

En el trabajo asignado a las mujeres, en una gran cantidad de los casos, hay mucho de poner el cuerpo. Poner el cuerpo al servicio de otro cuerpo: para cuidarlo, para limpiarlo, para limpiar sus espacios y sus pertenencias, para cuidar sus espacios y sus pertenencias. O simplemente poner el cuerpo al servicio de otro cuerpo.

Restitución del sueño

CLAUDIA CASARINO.
Trastornos del sueño.
Instalación.
Camisones de tul.
Una prenda define el sueño. Un sueño vestido. La prenda que define el sueño es vulnerable, volátil, íntima. Corresponde a una supuesta domesticidad y a la hora en la cual el cuerpo reposa para recuperarse de lo acontecido. El descanso reparador del sueño seguro. Un conjunto de esas prendas es montado por la artista a modo de instalación. En distintas variantes (ya sea llenando una sala con dichas prendas o encimándolas, como si se trataran de una piel que va cambiando), estas prendas han sido elegidas por la artista por una causa que solo ella conoce. Si ella no nos revelara la clave, nos quedaríamos solamente con la voluptuosidad del cuerpo que ha abandonado la prenda que se expone. Casarino trabaja con prendas de vestir hace ya un buen tiempo. Las relaciona siempre con una perspectiva de género.

Nos entrega, así, una reflexión. Las prendas solamente vehiculizan una peripecia, como si sus obras fueran un cuento. En el cuento, una línea narrativa se desarrolla en una dirección, y otra línea narrativa encuentra la primera, y he allí la peripecia. Sabemos que en esta instalación, una de las líneas narrativas es totalmente visible: las prendas. Nos hablan de ese momento íntimo, de una vida doméstica, puertas adentro. Nos hablan también a partir del material con el cual fueron confeccionadas, el tul, así como de su capacidad semántica en cuanto juego de veladuras (cubrir y revelar). Casi siempre asociado, en nuestra cultura, a los rituales de pasaje, como lo es el matrimonio o cumpleaños número 15 de las mujeres jóvenes, este material, -convertido en característica estereotipada que lo impone a diversas manifestaciones culturales- nos está dando un dato también. Lo volátil y el juego de transparencias que el tul propone aquí no parece ser solo un acercamiento a lo íntimo, también es un indicio de ese cliché: lo femenino como volátil, como subjetividad apegada a lo que manda lo social. Lo volátil: algo que se disipa fácilmente. Una tela transparente, que pende de hilos invisibles, quizá poco resistentes y que afirman y reproducen un cliché sobre lo femenino, su envoltura.

Pero, ¿cuál es esa otra línea narrativa que no permitirá que se desarrolle la primera, tal y cómo lo venía haciendo? Y he allí la clave que nos descubre la artista: tráfico. Palabra con múltiples sentidos. Uno de ellos, aquel cuyo objeto de transacción son personas. El tráfico de personas, tan presente en las historias de países periféricos, supone un movimiento económico solo superado en su ilegalidad por el tráfico de drogas y de armas. Uno de los objetivos de la trata de personas es la explotación sexual. Generalmente mujeres, las personas traficadas son engañadas por otras (muchas veces por personas que conforman su propio círculo social) que les ofrecen un trabajo bien remunerado en algún otro país. Una vez en el aeropuerto del mismo son desprovistas de sus pasaportes y llevadas al verdadero lugar de trabajo del cual será ya muy difícil salir. Estas prendas, asociadas con el sueño, con el descanso reparador en una primera línea narrativa, se encuentran con un destino atroz. Otra línea narrativa que no permite que la primera sea desarrollada tal y como lo venía haciendo. Ese tráfico de personas, irrumpe en la intimidad haciendo más vulnerable lo vulnerable: el sueño ya nunca será seguro y quizá se convierta en pesadilla. El sueño de Claudia, quizá sea, restituir una tranquilidad despojada, devolver el sueño al sueño. Devolver, en última instancia, la tranquilidad del sueño doméstico ante la intimidad y el cuerpo asediados, convertidos en mercancía traficada.  

Se necesita muchacha

CLAUDIA CASARINO.
Se necesita muchacha.
Mural fotográfico.
2,40 x 3,40 m.
Mi muchacha, tu muchacha, su muchacha. Se necesita muchacha, chica se necesita. A principios de la década de 2000, el Centro de Documentación y Estudios hizo una campaña de apoyo a los derechos de las trabajadoras domésticas. En el afiche que apoyaba dicha campaña se podía ver una heladera con un papelito de notas que ponía: “No soy tu muchacha”. En el Paraguay, utilizar un servicio de limpieza doméstico se considera poseer un bien. La “muchacha” es tuya mientras viva en tu casa, coma tu comida. “Yo le trato bien a mi muchacha”, se oye por ahí. “Le doy todo lo que necesita, si hasta cuando se enferma le doy para comprar sus remedios”. ¿Para qué “se necesita muchacha”? Para que cuide de lo que no podemos cuidar, o no queremos o porque no tenemos tiempo. Para que asista en labores que no queremos o no podemos desarrollar. Para eso. En el Palacio de López ha habido y hay mucho que cuidar, mucho que limpiar. ¿Qué “muchacha” será la destinada? ¿Habrá postulantes? Con un pequeño gesto, Claudia Casarino nos deja un interrogante. ¿Qué cuerpo que haga el trabajo por otro será el encargado de ponerse allí donde lo político tiene su casa matriz? ¿Quién pondrá ese cuerpo que no es suyo para hacer el trabajo que no puede, no quiere?  

De entrecasa después de vos

CLAUDIA CASARINO
Entre casa
Fotografía impresa en lambda
Casa, trabajo. Trabajo, casa. La casa, el lugar de lo doméstico: el lugar en el cual se construye la privacidad. Aquí, en dos obras de Casarino: “De entrecasa” y “Después de vos”, se trabaja la cuestión de la labor doméstica y el trabajo de limpieza de espacios públicos. En el primer caso, muchas veces, una persona de la familia que conforma el hogar -y en una gran cantidad de casos, mujer- se encarga de esas labores. Hace las veces de “ama de casa”. En otra gran cantidad de casos, el ama de casa no sólo trabaja en esas labores domésticas en las que se incluyen la crianza de hijos, la limpieza cotidiana, la cocina del alimento, sino que también trabaja fuera de casa. La doble jornada laboral es casi un despropósito.

 
 
CLAUDIA CASARINO
Después de vos
Registro de performance realizada en Planta Alta
 
En el segundo caso, la persona que es asignada para hacer esas labores -de nuevo, casi siempre es mujer- las realiza en los horarios en los cuales los y las usuarias de dichos espacios no están presentes. El o la usuaria del espacio deja tras su paso, marcas, huellas. La persona que limpia un baño público debe deshacerse de ellas, debe limpiar lo que otra persona dejó sucio. Cuando el o la usuaria vuelve a ese espacio, hubo otro cuerpo que borró la mácula. En ambas obras de Casarino, la vemos a ella misma arreglando la casa, limpiando un baño. Está ataviada con ropas que no se corresponden con esas labores. Ese rol tan asumido por lo que se entiende por mujer en nuestro medio, el de estar “bien puesta”, no se siente cómodo con ese otro rol de mujer trabajadora, de “kuña paraguay”. La casa que limpia Casarino, “disfrazada de mujer-reina”, está vacía. No hay otra persona que la limpie con ella, ella pareciera ser la dueña del orden. Los otros cuerpos que la habitan, ¿estarán ocupando su tiempo en algo que eligieron hacer?  

Puente kyha

CLAUDIA CASARINO
Puente Kyha
Instalación
Vestido de ao-po'i
 paraguaya cruza puente puente cuelga sobre río parecido al mar paraguaya cruza río parecido a mar / ella es el puente paraguaya cruza río/ mar es el puente puente cruza río cruza la paraguaya sin mar, cruza el río cruza río río cruza sin mar

La elocuencia, esa capacidad

CLAUDIA CASARINO
Entre bordes
Fotografía color
0,33 x 0,48
Como Calíope, Claudia Casarino muestra ciertos atributos: hay una forma que nos envuelve y que no deja de cautivarnos; hay también un espacio para el pensamiento, hay un tiempo que su relato nos otorga. Hay razón y hay belleza. Pero hay también una sutil violencia: la que se desata cuando nos damos cuenta que la apacible presencia de las formas esconde oscuras razones, hostigados sesgos, cuerpos que sirven y sirven.