Los dones de la forma votos, ex-votos y favores
Mayo 2006
LAS FORMAS DEL DON
Texto de presentación
Una de las cuestiones más complicadas del arte gira en torno al alcance que tienen sus formas. Tradicionalmente, éstas se encuentran dispuestas a exponerse a sí mismas en una aparición relampagueante: la belleza marca el punto más alto de un acuerdo entre la apariencia sensible de algo y su verdad interna. Pero en este concierto, la forma siempre tiene la última palabra. Todo el arte moderno se plantea desde el privilegio de lo formal. La autonomía del arte significa desde Kant la independencia de funciones, el mostrarse de un objeto en su puro aparecer, desprovisto de utilidades: independiente de los empleos prosaicos de la cotidianidad o las graves misiones del poder o el culto.
Paradójicamente, la fuerza de la imagen surge precisamente en las oscuras regiones del mito, la magia y el ritual. La mostración-ocultamiento de algo, ese movimiento que rodea las cosas de deseo revelando y sustrayéndolas, se llama aura y se encuentra vinculado históricamente al culto primitivo. El ritual exacerba la belleza de los objetos o los cuerpos para apuntalar en ellos el misterio; para sugerir que hay mucho más que lo que se muestra: un otro lado, una parte oscura y oculta que suscita sugerencias e inquietudes, que remite a algo más allá de sí. Cuando el arte se vuelve autónomo, dice Benjamin, toma el aura del culto y rodea con él las obras, que quedan nimbadas de extrañeza, radiantes; desligadas ya del peso de la función: pura belleza sin provecho.
El arte ha pagado caro el decomiso del aura y, sobre todo, la purificación de las formas. Ya se sabe que, al recusar la autonomía de su propio terreno, el arte contemporáneo, pretende recuperar un más allá de la estética: lo que ocurre extramuros, o, por lo menos, lo que cruza una y otra vez las fronteras ambiguas que separan (o separaban) lo que es arte y no lo es: lo que sólo responde a la dictadura de la forma y lo que reivindica el valor de contenidos extraños a sus designios exactos. El concepto, sí, pero también las cifras densas de la historia y la existencia, los datos cerriles de la cotidianidad, las voces de culturas remotas: los indicios de lo invisible. La función entra de nuevo en escena. Ya no (o ya no sólo como) como argumento del diseño, sino como contrincante de la forma. Entre uno y otro se ha instalado una tensión que no tiene ya desenlace posible y hace vacilar los objetos en el dintel abierto entre los dominios del arte y lo extra-artístico.
Conviene ubicar esta muestra en ese lugar inestable. La exposición Los dones de la forma, se basa en la presentación de diversos objetos que oscilan entre su valor estético formal y su alcance mágico performativo: las piezas están orientadas a producir efectos sobre la realidad a partir de su presencia y su potencia aurática: diversos amuletos, talismanes, fetiches, piezas de culto con valor efectivo sobre lo empírico y objetos provistos de diversos alcances de eficacia simbólica y ritual, alcanzan a cumplir sus objetivos a través de las razones del arte y la forma. Aspiran a actuar sobre la suerte cotidiana para revertirla positivamente conquistando el favor de las energías que rondan el mundo indígena, procurando el amparo de los santos y patrones de la religiosidad sincrética popular. Buscan las gracias de los protectores míticos o religiosos, así como el reconocimiento de sus dones.
Pero no se trata simplemente de exponer piezas que produzcan un cambio en la realidad a través de los signos, sino de mostrar objetos que apelan al argumento de la belleza para hacerlo. Por eso, dentro de una concepción amplia del arte, estas diferentes obras son valoradas en su potencial poético y expresivo y su valor estético. Pendulan entre el orden de la apariencia (la armonía, los ritmos, las proporciones) y la fuerza de contenidos potentes que escapan a la lógica del canon formal: la función antigua, renovada siempre, que busca en provecho propio torcer por un instante la amenaza del azar o de potencias adversas. Este criterio logran incluir una serie de obras pertenecientes a registros simbólicos y expresivos diferentes: ex votos de hojalata y plata, dádivas de reconocimiento al santo patrono, piezas propiciatorias de beneficios diversos (salud, amor, dinero, etc.) y objetos de culto, devoción y agradecimiento orientados a atraer el favor de fuerza superiores, tocados shamánicos propiciatorios de buena caza y recolección o restauradores de la salud amenazada. Ungido por la belleza, apartado de su propia presencia fáctica, el objeto se vuelve excepcional y puede, así, alcanzar un poder que trasciende su propia forma. ¿Qué es el arte, en última instancia, que la operación que vuelve extraordinaria una cosa cualquiera? Por un instante, esa maniobra acerca el arte a la magia, al portento, al milagro.
Al costado de la modernidad, el aura sigue marcando la distancia de objetos cercanos: sigue haciendo de las cosas ordinarias, principio de extrañeza y deseo, fuerza capaz de hacerlas saltar sobre la realidad y enmendar el yerro de sus desventuras.
Ticio Escobar
Abril, 2006