Hiatos. Diferimiento y escritura en el arte textil
Octubre 2017
HIATOS
Diferimiento y escritura en el arte textil
El tejido, la escritura
En su cuento breve Textos, la escritora Úrsula K. Le Guin describe las hazañas de Johanna, personaje que —por razones que se ignoran— huye de toda forma de lenguaje, y en particular de la escritura; hasta descubrir, con horror, su habilidad para leer un encaje hecho a mano, “escrito a mano”. ¿Qué puede haber de amenazante en el orden de lo simbólico que nos disponga en retirada, que nos repliegue hacia los dorsos de la palabra y los gestos significantes? Aunque se pueda perder y aun abandonar ciertos momentos del lenguaje, su olvido deliberado no parece concebible como algo simple, una vez que la abstracción a entornos libres del sentido no suena posible; una vez que pareciera haber voluntades y capacidades significativas en todos los espacios, sometidos al mandato de significar.
La pesadilla de Johanna, personaje de Le Guin, no es del todo extravagante. En cierto sentido, las artes textiles y la escritura son prácticas de diferimiento que sortean los hiatos espaciales y cronológicos, y no pocas veces aparecen integradas. La etimología vincula en castellano las palabras tejido y texto, e históricamente ambas han expresado distintos grados de integración: mientras en el mundo andino los quipus habrían sido formas de escritura textil, hay tejidos cuyos motivos despliegan características narrativas, mientras el presente del diseño y aun del arte dispone tensiones entre el discurso y el lenguaje textil —tejido y escrito—.
El tiempo, la espera
Entre los personajes de la cultura occidental asociados al arte textil, se destaca Penélope, personaje de la Odisea de Homero. Esposa del héroe Ulises y madre de Telémaco, la estrategia de Penélope es inquietante por las múltiples lecturas que se desprenden de su famosa —y pretendida— espera por Ulises: tejer y destejer un telar habría sido la forma concebida por ella para posponer un destino indeseado.
Penélope, sorprendía a los hombres a su alrededor no sólo por la belleza de sus labores sino por sus pensamientos agudos y astutos, que inclusive fueran objeto de reprensión de su propio hijo —hábil orador— para quien las palabras debían ser cosas de hombres, y que vigilaba que ella se ocupara de las labores femeninas: el telar y la rueca.
Más allá de la supuesta fidelidad con la que frecuentemente se asocia el gesto de Penélope, es posible celebrar, de forma creativa, la faena de esta heroína como hazaña libertaria, y como un modo sensible de manipulación del tiempo. Hacer y deshacer es, pues, volver reversible la acción del tiempo, y es también interrumpirlo. Y Penélope había descifrado, en las orillas de la marginada práctica de tejer, un conocimiento con implicaciones políticas.
El ritmo de la urdimbre, el lenguaje
Las obras reunidas en esta muestra bordean las tensiones entre lenguaje, escritura, sentido y tiempo: categorías zurcidas entre sí por materialidades similares, y maniobras no siempre desiguales.
Tejido y texto están ensartados en cierta noción de ritmo que a veces es interrumpida o gestionada creativamente: el uno, determinado por la urdimbre, que las tramas atraviesan en bandas, organizando los hilos y revelando formas; el otro, casi siempre subsidiario de un ritmo menos regular aunque constante: la respiración, que puede ser sometida a tensiones y desviaciones mediante el uso de los signos de puntuación.
El recorrido propuesto en la muestra es ligeramente lineal, y, en ocasiones, por decisión de los artistas, por los caprichos de la sala o las elecciones durante el montaje, se presentan ciertas interrupciones, irregularidades: esto coincide con los abordajes poéticos de las obras sobre el diferimiento; como forma de alteración del tiempo —posposición del futuro o desintegración del presente—, la inversión de los signos e inclusive la identificación con la diferencia.
Las piezas también se integran por ciertas economías materiales o iconográficas que apelan a nociones de cuidado, de ornamento, y aun de esa forma de belleza que puede ser juzgada como exuberante. Pero, en suma, la belleza no es necesariamente sólo una cualidad de la forma, de la superficie bajo la cual sobrevive arropado, en resguardo, el sentido. Quizás, desde algún hondo vacío, el sentido cubra de forma las superficies, y sea el intruso que extravía las apariencias.
Damián Cabrera
Asunción, octubre de 2017