Rebeldías que persisten. Fotografía de Elisa Marecos y Sandino Flecha.
Septiembre 2024
En los últimos años del siglo XIX y por lo menos la primera mitad del siglo XX, las artes visuales en Paraguay estuvieron influenciadas por artistas que volvían al Río de la Plata desde Europa, formados en el gusto naturalista. Esto se vio reflejado sobre todo en el arte pictórico, en que destacaban paisajes con lapachos floridos, ranchos y casas. Sin personas. Sin caras.
Ticio Escobar observa que aquel enfoque representaba una visión colonialista en que llama la atención que los personajes no sean actores sociales sino simples elementos que adornan la composición de modo a anunciar “fértiles geografías atractivas para inmigrantes y capitalistas extranjeros. Incluso los hechos históricos”, agrega, “también son considerados desde esta perspectiva: sus personajes no son actores sociales, sino elementos de un paisaje ideal adornados con abstractas virtudes morales”. No sería sino hasta la emergencia de Ignacio Núñez Soler que una de las caras de Asunción nunca antes abordada en pintura aparecería con sus verdaderos actores sociales.
Lejos de aquella concepción de un sosegado paisaje naturalista y costumbrista, el registro que hacen Elisa Marecos y Sandino Flecha está cargado con vivencias del pasado y el presente, con caras y manos.
Al abrir el documento que me compartieron Elisa y Sandino con parte de su registro fotográfico, aparecieron varias carpetas. Casi de modo inconsciente hice click sobre la que llevaba por nombre Universo indígena. Pienso: qué poderosa es la palabra universo y qué bello cuando ambas palabras van juntas. A través de este universo me introduje en el de Elisa y Sandino: ellos, así como los peregrinos —de acuerdo con la definición más clásica del término—, van caminando sobre tierras extrañas por devoción, a lo religioso; pero su devoción está dirigida a las personas que configuran los pueblos y barrios, festividades y costumbres que registran.
Un cuadro de Evita Perón, una rosa, una imagen de la virgen María y otra de San la Muerte, todo esto iluminado por cientos de velas, conforman la composición de una de las fotografías tomada en la ciudad de Itá, específicamente en la celebración del Señor de la Buena Muerte, donde se conjugan sincretismo religioso y mucha diversidad. En otras imágenes vemos a algunos habitantes de la comunidad Ayoreo de Campo Loro montados sobre sus bicicletas, un poco antes de iniciar la carrera donde deberán recorrer 60 km de los pesados caminos del Chaco; de esta forma, celebran el 45° aniversario de la comunidad que se encuentra a unos 490 kilómetros de Asunción; comunidad ignorada, como muchas otras comunidades indígenas.
Narrativas visuales híbridas que configuran la resistencia de la lucha campesina, obrera e indígena, así como las festividades populares con sus capas múltiples de sentido social son reveladas a través de estas fotografías que nos ayudan a reforzar un imaginario colectivo. Elisa y Sandino nos acercan a historias que ellos mismos han vivido, a sus convicciones, a anhelos de una vida más digna, a la rebeldía. Estas imágenes en sí son una forma de persistencia.
Adriana Rolón Isnardi
Asunción, 2024